Sobrevivió a dos bombas atómicas y volvió a la oficina como si nada: la historia de Tsutomu Yamaguti
Los 6 y 9 de agosto de 1945 quedaron grabados en la historia de Japón, cuando Hiroshima y Nagasaki fueron devastadas y murieron más de 160.000 personas en apenas días. Tsutomu Yamaguti, un joven ingeniero de Mitsubishi, estuvo en el corazón de ambas tragedias y, sorprendentemente, logró sobrevivir casi sin heridas visibles. Este relato forma parte de nuestra serie sobre rescates increíbles y nos deja una pregunta inquietante: ¿fue el afortunado más extraordinario o el más desafortunado?
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Antes de la tragedia: un ingeniero de Mitsubishi, vida de familia, una jornada normal
En 1945, Tsutomu tenía casi 30 años. Trabajaba como ingeniero naval en Mitsubishi, ganaba bien, estaba casado y era padre de un hijo. Su vida parecía estable, ajena a la sombra de la guerra. El 6 de agosto se encontraba en Hiroshima, concluyendo un viaje de trabajo. Lo que parecía rutina terminó en una pesadilla cuando estalló la bomba. Apenas pudo reaccionar: una luz cegadora lo dejó aturdido y se lanzó a una zanja cercana para refugiarse. Lo último que recuerda es la onda expansiva que tumbó los edificios del lugar.
Hiroshima: la explosión, las quemaduras y la angustia de la retirada
Después del estallido, su cuerpo quedó cubierto de quemaduras; los ojos, la vista y el oído le fallaron. Aun así, logró sobrevivir. A la mañana siguiente, con la estación aún en pie, se dirigió al lugar de la expedición, compró un billete y abordó un tren con los cristales rotos para regresar a casa. En el viaje, una mujer con un pequeño envoltorio le susurró palabras de consuelo. Al mirar discretamente el envoltorio, encontró un bulto carbonizado que lo marcó para siempre. Al llegar a Nagasaki, la gente rodeó a los supervivientes y él trató de explicar que Hiroshima había sido borrada por una sola bomba. Sus palabras fueron recibidas con escepticismo; nadie sabía aún la magnitud de lo ocurrido.
Nagasaki: la segunda bomba, la recuperación y la desconfianza de sus colegas
En el hospital lo vendaron con esmero, pero su cuerpo exigía más que vendajes. Sin descansar, decidió regresar a casa para cumplir con su familia. En el umbral, su madre no lo reconoció y su esposa, al verlo tan exhausto, casi perdió el sentido. Intentó recuperarse, pero el dolor y la memoria no lo abandonaron. Dos días después volvió a la Mitsubishi para completar el informe de la misión y advertir a sus colegas sobre el arma que podría borrar una ciudad entera. Sin embargo, sus palabras fueron recibidas con escepticismo. No fue hasta la primera señal de la nueva devastación cuando la gente entendió la enormidad de lo ocurrido: Nagasaki recibió el golpe final y dejó 60.000 muertos. La familia, gracias a la suerte, se mantuvo a salvo; Tsutomu continuó trabajando y evitó iniciativas públicas de apoyo a las víctimas, pensando que su sufrimiento no era comparable al de otros. Además, la radiación le provocó caída de cabello y pérdida de dientes; a pesar de ello, su aspecto externo parecía saludable. Su hijo Toshiko recuerda: “Parecía increíblemente bien; no se parecía a alguien que hubiera sobrevivido a dos bombardeos.”
Una vida de silencio, memoria y reconocimiento
Con el paso de los años, Tsutomu dejó de hablar de lo ocurrido; escribió memorias y participó en documentales sobre Hiroshima y Nagasaki. En 2006, ante una delegación de la ONU en Nueva York, hizo un apasionado llamado a renunciar a las armas nucleares. En 2009 recibió oficialmente el reconocimiento de hibakusha dos veces. Con 93 años recibió el certificado que lo declaraba hibakusha; poco después falleció.